Por
suerte, ya no creo verlo caminando por la avenida Corrientes. Hace tiempo que
dejó de doler. Lo extraño, pero sin bronca. De entre todos los recuerdos hay
uno que no termino de entender. De descifrar. Esa manía tan mía. Intuyo que ahí
hay algo. Mientras yo dormía, se sentaba al borde de mi cama. Los sábados por
la mañana. ¿O eran los domingos que lo hacía? Cuando yo abría los ojos, estaba
ahí sentado, pensativo. Con su bata de arabescos y los ojos rojos por la noche.
Siempre llegaba tarde. Todas las noches. Y mi vieja le gritaba y yo los espiaba
desde lo alto la escalera. Se peleaban en la cocina para que nosotras no los
escucháramos. No estás nunca. Te patinás todo el dinero. Borracho. Hace cuánto
que no me tocás. Pero por las mañanas era otro. Sentado en mi cama, esperaba.
El sol entraba por la ventana que daba al jardín llenando de calor el cuarto. Y
me sonreía cuando por fin me despabilaba del todo. Tenía canas y arrugas ya. La
piel de las manos ajadas. Y algo en su cara, añorando. Hablábamos no sé de qué.
Incluso peleábamos pulseadas, jugando como si yo fuera un chico. Este es mi más
feliz recuerdo de mi viejo. ¿Qué miraba? ¿Qué veía mientras yo dormía? Quiero
creer que era la luz del sol, la calma inocencia de tu hija durmiendo, que te
hacía volver de a cachos, de a pedazos y como podías, de la oscuridad.
de "El sabor de la cereza"
de "El sabor de la cereza"